TEXTO de don LUIS ROJAS MONTES:


"LA PINTURA SOCIOLOGICA DE ENRIQUE PADIAL


""Al contemplar la pintura de Enrique Padial rememoramos nombres ilustres de la pintura: Coya, Solana, Mateos, Rousseau, Zubiaurre, Ribera... También parece que emergen de ella personajes de Valle Inclán o de Baroja. Pero toda esta rememoranza no indica más que una cosa: las hondas calidades de su pintura. Porque las sugerencias de nombres que nos trae su pintura no son ni la síntesis ni la explicación de ella. Esta pintura de Enrique Padial tiene una gran personalidad y para comprenderla -y para comprenderle- sólo es preciso, enfrentarse a cuerpo /impío con sus cuadros llenos de colorido y de luz.

Para mí, es la luz lo primero que impresiona en su obra. Sus cuadros hay que verlos en penumbra y diríase que están maravillosamente iluminados por un oculto foco. Pero la luz de Padial no proviene de los celajes ni de los fondos, como sucede en tantos maestros de la pintura. Su luz es el color. Luz y color aparecen fundidos en sus cuadros. Un cuadro, "EL CRISTO DE ALFACAR", recuerda "La Luz del Mundo" de Holman Hunt que se conserva en la categral de San Pablo en Londres. Habría que observar que el Cristo de H. Hunt lleva un farol en la mano izquierda y va caminando. En cambio, la luz en el cuadro de Padial, Cristo, abierto de brazos, con su luz en el leño, simboliza de otra manera su mensaje de amor. En el cuadro de Padial, un farol ilumina al cuadro y hasta sirve para adivinar el rostro sereno de un Cristo pintado de espaldas, cuyo leño da profundidad a toda la composición.

Este cuadro es uno de los varios de temática religiosa, tan abandonada hoy, uno de los temas más importantes -para mí el más trascendente- del pintor, en el que huye de toda clase de convencionalismos. En su "Cristo del Amigo ", veo el compendio de toda su clave religiosa. Es un cristo distinto según se le mire a sus ojos o a su boca, en el que se resume todo el expresionismo desgarrado del pintor. Es un Cristo empapado en sangre, Dios en su mirada, hombre en su boca entreabierta. Esta obra da la clave del expresionismo de Enrique Padial. Pese a alguno de sus críticos, no alinearía la obra de Padial junto a Makovski, Van der Berghe, Kooning o Ensor. Para mí el expresionismo de Enrique Padial está en la línea figurativa de Max Beckmen, de Chaim, Soutine y de Osear Kokoschka. Hay en él una crítica social, un sentido exacerbado del color, una soledad ultraterrena y una ultraterrena quietud, que enlaza con este realismo expresionista.

Las visiones de Padial se alimentan con imágenes de expresiones humanas. Quizá por ello, unas palabras de Kokoschka en su “On the nature of visions” sirven para sintetizar su pintura: “Por consiguiente, en todo, la imaginación es simplemente lo que es natural. Es naturaleza, visión, vida”.

Enrique Padial es un costumbrista desgarrado, mordaz, veraz, con una gran carga social. Sus cuadros son ejemplares vivientes de acciones en un sistema de “interacciones”. Para la sociología más moderna –Duverger es un ejemplo-, la sociedad está constituida esencialmente por un sistema de “interacciones” esto es, de acciones en uno (o de varios) hombres referidas a otro (o a otros) hombre o influenciadas por ellos. Contemplemos bajo esta idea “El velatorio del cacique”, “Andalucía”, “El Cristo de Alfacar”, “Las tentaciones” o “El árbol de la Cruz”. Las interacciones se desarrollan en cada cuadro ocasionando un rol de comportamientos conforme a un status preestablecido. Los diferentes personajes de cada cuadro están coordinados así unos con otros en torno a la figura principal del cuadro que, de este modo, se convierte en el escenario global de un conjunto de recíprocas relaciones. De ahí la teatralidad de sus cuadros, su vida, su vigor y su garra.

Gran parte de su obra está formada por grupos sociales que mantienen una correspondencia con un sistema cultural. Por ello esta pintura tiene una gran dosis de crítica y sea tal vez revolucionaria –obsérvese el cuadro “ANDALUCIA”-, que a mi me recuerda los mensajes de Siqueiros y Orozco.

Es pues, Enrique Padial, un sociólogo gráfico, pues en sus cuadros viene a decirnos que cada sistema de interacciones engloba a un conjunto de hombres y, él, nos define a esos hombres por su participación en el sistema de interacciones. Pero de todas las colectividades posibles él ha querido elegir a grupos pequeños y elementales, a los llamados en sociología grupos primarios, para trasladarlos a los lienzos. La muerte, el trabajo o el sentido religioso sirven para reagrupar sus personajes en torno a un muerto, a un árbol, a un Cristo…

De este modo su sociología se hace intemporal, pero sería curioso observar que sus grupos revelan especialmente unas relaciones jerarquizadas por la dependencia a un ser supremo -Dios- o a una jerarquía humana. Los personajes de los cuadros de Padial o están unidos entre sí, o están fundidos en el “nosotros”, no hay entre ellos una solidaridad profundamente humanizada. Sus personajes disociados entre sí tienen un elemento unitivo en el tema central del cuadro. Por eso, la pintura de Enrique Padial es sensitiva y reflexiva. Llega a la cabeza y al corazón. Tönnies distinguía entre "voluntad orgánica" y "voluntad reflexiva". Todos los personajes de Enrique Padial funcionan con la primera que es la que engendra las acciones inspiradas del corazón: el amor, el odio, la súplica, el miedo, la bondad o la maldad. Sus cuadros son pequeños grupos unidos en la composición por un sentimiento, aunque este sea dispar. Sus viejas, sus sacristanes y hasta sus colores, vibran emotivamente, como el propio corazón de los hombres. Por todo ello sus cuadros son auténticos, desmitificadores, levantando la máscara carnavalesca de sus personajes y mostrándolos en su desnuda realidad espiritual.

No quiero ser prolijo narrando otros impactos e impresiones que en mí ha despertado la pintura de Enrique Padial. Ahí están para ser desmenuzados, su "feismo", el vigoroso color y técnica de sus flores, sus bodegones, el picassiano trazo de sus dibujos, sus esperpénticos y valleinclanescos personajes, llenos de tortuosos gestos -como muchas calles de su Granada y exaltados por el carácter sangrante y embriagador de unos colores únicos.

Con estas líneas he querido hablar sólo de como veo la pintura de Enrique Padial.  No os he hablado ni de su persona, ni de sus poemas. Ello serķa inacabable, como lo es su propia personalidad. "