ENRIQUE PADIAL, el pintor de la áspera y esplendida España

 

"LA ESPAÑA ÁSPERA DE PADIAL"

""Fantasmas desahuciados de sus castillos, brujas al primer vuelo, gentes con la cabeza a pájaros y a frutas, clérigos de alta graduación y devotos militares. El reino de la fantasía llega al reino de Granada. De la imaginativa mano derecha de Enrique Padial ha salido este cortejo, esta procesión ilusoria, éste cónclave loco. Aquí está España, viva y pintada por un artista inequívocamente español. ¿De qué otro sitio podría ser Enrique Padial más que de la áspera y espléndida España?. Hace ya muchos años, bastantes, muchos -que siempre hace ya muchos años de todo-, vi en la estruendosa pintura de Padial jardines y gritos, ternuras y quejas, furias y penas. Me anduve por las ramas de su árbol genealógico: el abuelo Francisco de Coya, el tío José Gutiérrez Solana, el primo Paco Mateos...

Más vehemente que nunca en su pincelada descubridora, más sabio, más perdido por sus propios vericuetos íntimos, más burlón y más cándido, vuelve Enrique Padial ¿De qué otro lugar podía provenir más que de la espaciosa y triste España? Se pregunta el valleinclanesco Max Estrella: "¿Qué sería de este corral sin sol?". Dicen que el personaje de Max Estrella está inspirado en el poeta Alejandro de Sawa, el del epitafio de don Manuel Machado: “Jamás hombre más nacido/ para el placer fue al dolor/ más derecho. / Jamás ninguno ha caído/con facha de vencedor, /tan deshecho...”

Vencidos con facha de vencedores, gerifaltes huecos, tipos endiosados y pobres diablos, espartos. granadas que estallan sus collares, cintas y lazos. La pintura de Padial sería una fiesta, si no fuese una acusación. Todo lo que tiene de guiñol la vida lo ilumina este cuarto mosquetero, D'Artagnan de las Alpujarras, que cambió la espada por el bastón. Hablan los críticos del compromiso humano de su pintura. ¿Cómo no había de afrontarlo una persona de tan derramada humanidad? En sus cuadros se ridiculiza la demente persecución del poder y de la gloria, pero hay un minucioso amor por personajes marginales -la desvaída y contrita santera, el apócrifo general de bocacalles y tabernas- y una indisimulable piedad por la gente común, o sea, por el pueblo. No por la masa, ni por la plebe, ni por la turba. Por el pueblo. A punto estoy de decir que Enrique Padial es un poeta que pinta, un tipo que cambió la lira invisible por el evidente pincel, un narrador y un novelista del lienzo. No sería toda la verdad porque Padial es eso, pero es, sobre todo eso, un pintor. Viene de La Celestina y de la Picaresca y del esperpento, pero va siempre a sus ordenaciones cromáticas, a su luz y a sus composiciones. Tierno y sarcástico, le preocupan los desheredados del mundo y le ocupan los paisajes. En algunos cuadros suyos pasan muchas cosas y en otros sólo pasa un río o hay una ola donde caben muchos naufragios o suceden unos lirios que, lorquianamente, se baten con el viento.

Hablen los críticos de texturas, de desgarro expresionista, de peripecias de luz, de escuelas y raíces. Yo no soy un crítico, sino un devoto. Un aprendiz de poeta que aprende a mirar en los cuadros de Enrique Padial, el mayoral de los locos, el Mago Merlín de los mirtos, el domador de leones de la Fuente de los Leones, el Abencerraje que se fue a los madriles, el Doncel que siempre vuelve a su Granada. El que ha hecho posible que yo, como las golondrinas becquerianas halla vuelto también. Volveré a volver. Y me consolaría volver muchas veces más para ver cómo pinta Enrique Padial a la gente que conoció o que no conoció y cómo transcribe frutas y flores como quién enmarca las nerudianas Odas Elementales.

Tengo que agradecer a Enrique Padial el haberme dado la posibilidad de asomarme, una tarde más, a tantas ventanas. Todas dan a la vida y a los sueños " ".