LA EVIDENCIA Y LA VIDA
Tú me das una cosa a mí; yo te doy una cosa a ti... Tú, cuerpo del aire, temblor del cielo, escalera de la mañana, tú me das una luz a mí, y yo te doy esa luz transformada en palabra, en sílaba plástica, en grito del sorprendido, del andarín, del mendicante. Todo aquello que Padial ha recibido como hombre que se puebla de las humanidades que le rozan y le rocían y le rodean -también las flores son estentóreas y besadoras- nos lo devuelve en monedas de agresiva sonoridad que acaban de mudarse en el crisol de su alma, limpia como una paloma. Y era muy fácil detenerse ante el escaparate de su pintura y acordarse de Goya o de Solana, y del Quevedo que parece que le ha parido y quien sabe si del Valle Inclán que puede bautizarle para romperle la crisma después. Todo esto es un trueque. Goya es un librecambista, como lo es Quevedo, que no engaña a nadie por mucho que lo parezca:
¡Viva lo conocido;
la mano y el estío!
La mano esta ahí. Es la mano de antes. Como el estío es aquel que conocíamos. Padial nos ha descubierto una realidad, que es la suya, que es la nuestra, que no habíamos visto antes. También la de Quevedo:
Este último y tremendo último verso del soneto de Quevedo, explica las aparentes invenciones de Enrique Padial. Escarmentados todos, remendados todos, andábamos así y no lo sabíamos. Lo que ocurre es que de pronto alguien ha descubierto nuestra realidad. Y hasta las flores, en su fugaz eternidad, eran esos bellísimos remiendos sangrantes, como la mano, que ya conocíamos, que nos arrancan una lágrima o un vítor.
Enrique Padial es un pintor de evidencias que imprime dramatismo a
sus verídicas criaturas para que se nos parezcan más, para que nos veamos con nuestras costuras, porque la verdad es que "el ciego lleva a
cuestas al tullido", como verdad es que esos almendros van -y ¡con qué prisa!- hacia la muerte, hacia el sabido verano, como la mano que escribe, como la mano que pinta.
José GARCÍA NIETO
De la Real Academia Española