APUNTE APASIONADO DE UN PINTOR FASCINANTE:

ENRIQUE PADIAL

Si Federico fue para Pablo Neruda "un enviado especial de la alegría", para mí, Enrique, el genio Enrique Padial, el maestro Padial, es "un arcángel granadino de la buena nueva ". Me llena con sus palabras y me traspasa el recuerdo de acentos de mi tierra, me empapa con "sus gentecillas", de inmediatos sucesos de mi niñez en la calle Moral de la Magdalena, y golpea con sus colores -algunos de ellos inventados- mi corazón, siempre, de poeta adolescente..

Para mí que soy un coleccionista de sorpresas, saludo con júbilo esta casa encendida de su obra por quedar vacunado contra la miseria, la tristeza, la pena y la envidia. Gracias le doy por volverme a la vida que más quiero: la de los campos, la de las flores, la de los locos...

Enrique Padial es un pintor de la cabeza a los pies del que yo me atrevería a decir que no hay en este Madrid que sobrevivimos cada día un artista tan granadino como él...Tan radicalmente español como él. Y esa barba suya, que uno no sabe si es de diablo, que los diablos, de llevarla, sería como la que lleva Enrique, o de ángel, que los ángeles, de llevarla, también sería como la suya.

Este pintor que pinta poniendo la sangre en la punta del pincel, tiene un raro ojo crítico, como si colocara la vida y hasta más allá de la vida, frente por frente, a un particular espejo cóncavo-convexo de ver las cosas, ha creado un estilo, un modo, el suyo, el padialino, que viene de la época de los grandes pintores con raíces en Goya, por supuesto, con el mundo negro de Bosco y algo de Pedroantonio, y un ramalazo de locura de don Ángel Ganivet.

Yo he visto pintar a Padial y lo hace con ferocidad, con ternura, con alegría, con rabia y, frescos todavía, salir sus cuadros, llevárselos, para colecciones alemanas de Múnich, para París y para Cannes. Máscaras, raíces de viñas, chafarrinones, gestos, paisajes y flores de un genio que hace lo que le viene en gana y regala destellos de lo que tiene dentro, a la par que es duro con los minerales sobre los que pasa y blando con las estrellas con las que sueña.

Todo está inventado, todo, menos lo que pinta este Padial que deja el abanico pintado por él mismo, especie de nevera portátil, que lleva por las calles de Madrid, en la noche, cuando pasea, para pasar a la capa española bordada de claveles, que él lleva siempre, como el último romántico, por plazas y cafés de la Villa, cuando sale, que es poco, la verdad, pues a él lo que priva, lo que le va, es pintar, pintar...; y a él mismo hay que bebérselo a pequeños sorbos porque como el aguardiente de la sierra, se sube a la cabeza, emborracha.

Vive para pintar mucho más que pinta para vivir. Su vida es la de un artista sin remedio, pinta, escribe, trabaja, crea y no tiene pelos en la lengua a la hora de hablar de las múltiples corrupciones de ayer, hoy, mañana y siempre.

Enrique Padial, con su pelo de libio rico, se siente muy sedentario, muy granadino en esto, muy quieto, pero su alma, sin parar, está continuamente hirviendo. Con música de Machín y de Sepúlveda pintó su Cristo de Despeñaperros, un Cristo desgarrado con una mano en Cataluña, otra en el País Vasco y los pies en el Peñón.

Flores inigualables, las mejores pintadas que yo he visto, paisajes restallantes, viejas raíces como viejas esculturas que la tierra ofrece al que pasa y en su caballete de campo, grabados en plata, los versos de Rafael Montesinos como una premonición:



La vida es pobre
pero Dios la ampara,
sólo vence quien sabe presentirse
terco ante el tiempo, la mirada clara.



Este hombre genial ha visto grandes cosas escritas sobre él y sobre su obra, cuando vuelva al estudio, cuando yo salga, se pondrá de nuevo su mono de faena, y volverá a llenar de luces y sombras, de negros, negros profundos, blancos calavera, arzobispos, mangas y capirotes, mangas de procesión..., que hay días -todo hay que decirlo-, que hace su Fiesta del Corpus en esta casa suya de lugares mágicos y como de vino de amapola, alucinantes, soberbios.

Enrique Padial
que ha sido capaz de pintar el alma de Granada en la exacta distancia del tiempo del alma, pasando, este pintor español a medio mundo por la faja, es, además, un hombre bueno. Este granadino-encantador de serpientes, -las nuestras- buhonero de la sorpresa es un genio que forma parte de nuestro tesoro artístico, como Federico, como Pedroantonio, como Ganivet, como la Torre de la Vela. Lo mismo.

 

TICO MEDINA