CRONICA DE RADIO NACIONAL DE ESPAÑA
(PAISAJE MADRILEÑO DE UNA EXPOSICIÓN EN LA CALLE DE ALCALÁ)
- ENRIQUE PADIAL inunda con la luz de Granada el otoño madrileño.
- Su valiente y maravillosa exposición marca un hito en la sala Goya por la que tantos maestros desfilaron.
- ÉXITO DE UN GRANADINO QUE SE HACE UNIVERSAL MAL QUE LE PESE.
- En la presentación, MANUEL ALCANTARA, Premio Nacional de Literatura, lo definió como “LA LUZ DE GRANADA, EL EMBAJADOR DE ESA LUZ, EL PRINCIPE DE ESA LUZ”.
El martes seis de Octubre, la Sala Goya del Círculo de Bellas Artes de Madrid, inauguraba su temporada de otoño con una Exposición de las obras del pintor Enrique Padial. La sorpresa, emoción y desasosiego, fue la primera e inevitable impresión de cuantos contemplamos aquellas telas, efectuadas en Paris y Madrid con el aceite amargo de un destierro cabalístico y desazonado.
De gala se vestía la tarde del tibio otoño; de gala y de sospechadas sorpresas, así –al menos parecía- cuando dejábamos el Café Gijón aquella tarde deshabitado, camino de esa arteria “caracolada” que es la calle de Alcalá. La tarde madrileña era para los pintores exclusivamente. Para dos pintores españoles: Isidro Nonell y Enrique Padial. Aquello era sospecha masticada del color y la fuerza, de los sonrojos y emociones. El critico de Arte y poeta Rafael Soto Vergés, a través del catálogo, nos había mostrado la ancha calle, tortuosa calle, que nos conduciría hasta Andalucía, hasta la luz de Granada; hasta ese tarot de brujo condenado que es Padial. ¿Sería verdad, como afirmaba Soto Vergés, que era Andalucía zodiacal la que haría rodar los helechos nocturnos, la que sesgaba las navajas y los naipes sobre el cenit fantasmagórico del Darro y del Genil cuando la obra de Padial se nos mostrara?. De comentarios y sospechas iba la tarde cuando ENRIQUE PADIAL llegaba al Circulo de Bellas Artes serio, cansado, con una inexplicable manzana en su mano y refugiado en la tierna hermosura serena de Fé, compañera de espinas y de rosas, magisterio sublime de la gran verdad de PADIAL, quién parecía frío, distante, hasta que compartió abrazo y agradecimiento con el maestro MANUEL ALCANTARA.
En la Sala Goya, luminosa de colores desgarrados y tortuosa de formas comprometidas Enrique Padial y Fé ¡¡Ay, de mí alhama!!, fueron separados por los abrazos de los numerosísimos asistentes. Allí, Padial le preguntó a MANOLO RIVERA:
- “Manolo, amigo, maestro: ¿qué te parecen los bacalaos estos?”.
- “Genial, Enrique, genial y sorprendente, y fíjate que estamos hablando de pintor a pintor”.
- “No, Manolo, tú eres un maestro indiscutible, dime la verdad” -contestó Padial, -a lo que el creador de los “espejos y mandalas” dijo:
- “Enrique, esto es genial, genial y con fuerza insoportable”. La indiscreción que apuntamos habrá de sernos perdonada por estos dos granadinos singulares.
Aun quedaba a Padial el afecto del estado mayor de la poesía andaluza de los: Rafael Montesinos, Antonio Hernández, Mariano Roldán, Rafael Soto Vergés, Manolo Rios, José Ramón Ripoll, además de los Azacot, Mahmud Sobh y Quiñones, y rodando la manzana de Padial, el silencio pudo conseguirse, al fin, cuando MANOLO ALCANTARA comenzó la presentación:
“Reluce la calle de Alcalá con este andaluz claro y lleno de colores, rico en aventuras sin fin. “Con qué trabajo tan grande deja la luz a Granada”, dijo su paisano egregio, por boca de su amiga, de su triste amiga, Marianita Pineda. Pero aquí está la luz de Granada. Enrique Padial es el embajador de esa luz; el príncipe de esa luz; de esa queja, de esa plana solidaridad que son sus lienzos. Ha querido él que sea yo, terco aprendiz de poeta, y andaluz casi siempre en Castilla bien amada, el que ponga un breve renglón de prosa entes de que empiece la aventura de ver.
No ha buscado un cicerone, ni un crítico, sino un amigo; esto es: un hermano electo. Sabe Enrique Padial que los introductores de los embajadores y de los príncipes no tienen por qué ser ni príncipes ni embajadores.
¡¡Un grito!!; ¡¡Pero mucho más que un grito!!, porque Enrique Padial quiere que se oiga así en la tierra como en el cielo. Aquí comparecen liturgias y mascaras, carnavales y oropeles; procesiones y muertos; gentes del pueblo que siguen esperando que alguien les diga “por qué”, y esos escapularios que son como el carnet de identidad de ultratumba.
Nieto de Don Francisco, sobrino de Solana, primo carnal de Mateos, amigo de muchos más, Enrique acierta a ser él solo. Original en latín significa comienzo. Es original quién se atiene a los orígenes, a los principios; quién los asume y los hace suyos y los trasvasa y los recrea. Ni en la pintura, ni en la Poesía pueden darse los desheredados, pero es solo pintor o poeta quien amplia la herencia aunque sea con unas cuantas monedas de cobre.
Lo de Enrique, en un caudal; un caudal de luces y de intenciones; en el prodigo; un prodigo que mira para que nosotros podamos ver.
General amor por cuanto nace, dijo Miguel Hernández, pastor de ganados ajenos y grande de España. General amor, indiscriminado amor, amor global, usa este enamorado violento, este tierno agitador que es Padial. Una mezcla de Bakunin y Francisco de Asís, con su aire de violinista de café antiguo, o de detective francés o de profesor de Física, o de mosquetero retirado que engordó en Los Carmenes.
No sé qué pasa en esta pintura, que a todas las mujeres de sus cuadros dan ganas de ofrecerles una silla y a todos sus Cristos de ganas de rezarles de pié. Tampoco él lo sabe, a Dios gracias. Sus criaturas se le independizan y viven sin su permiso. ¿”Qué estará esperando ese que mira así”? me preguntaba señalando un personaje de un cuadro suyo. ¿Quién se habrá bebido esa botella de Anís del mono? Me decía, intrigado, mostrando un ángulo de un cuadro doliente y tumultuoso.
Se dice, que a Flaubert le sorprendieron unos amigos, amigos intimos, llorando frente a las cuartillas, a solas, en su despacho.
¿Qué te pasa?. “ Que se ha muerto Madame Bobary”.
No son señoras desocupadas, sino mujeres populares las que habitan su pintura. Gentes del ancho mundo nacidas en Andalucía.
Gracias a esos andaluces, con Enrique Padial al frente, reluce hoy, la gran calle de Alcalá.
Satisfacción en los rostros ante la dicción del maestro Manuel Alcántara; satisfacción en el abrazo que Málaga y Granada se daban cuando Padial y Alcántara homenajeaban, a través de la Pintura y de la Prosa, a ésa Andalucía Zodiacal que, pródiga, les entregó su luz, su sensibilidad y su arte. …Y la manzana se convirtió en abierta y jugosa granada rebozante de zumos.
En fin, una exposición como jamás vi otra, porque vi la verdad, porque viví Andalucía donde dice que todo se adultera. ¡¡Que patraña!! Y si alguien lo duda, Despeñaperros, desde luego, no tiene la culpa.