ANDALUCÍA PADIAL
Por Rafael Montesinos, poeta y medalla de oro de Andalucía
"Nos hemos reunido ésta noche alrededor de Enrique Padial para felicitarle por la alta distinción que le han otorgado; título que merecía sobradamente desde hace tiempo. Siempre habrá un pretexto para andar en las cercanías de este expresivo y expresionista amigo de ojos asombrados, bastón inquieto, voz grave y sedosos colores cálidos enmarcados en el negro de su capa. Estoy por decir que Enrique Padial -como Andalucía- tiene la forma exacta del abrazo.
Entre guerras y posguerras, el expresionismo alemán no nos llegó a su debido tiempo. Nuestros padres, allá por los años treinta, ya tenían bastante con el cubismo y con Picasso, piedra de escándalo en cualquier biblioteca honesta. Y honesta, pura y blanca era para ellos la palabra "expresión", ya que continuamente estaban enviándose unos a otros "expresiones para su señora". Cualquier duda sobre la pureza del vocablo era inconcebible en pleno siglo XIX. Por eso, al final de la guerra civil española, se perdió la costumbre de mandar expresiones. El expresionismo de Enrique Padíal se encuentra entre el Valdés Leal de lo insepulto y el Valle Inclán de los esperpentos, con otras herencias -entre ellas la padialiana- que no voy a citar ahora. De Miró (Don Gabriel) toma los obispos, que nuestro pintor convierte en leprosos de cuerpo y alma. Padial, que es incapaz de maldades, sabe sacarlas a los rostros de sus personajes. A veces, se apiada de alguno de ellos y le convierte en tonto del lugar. La piedad andaluza vence siempre a las maldades, pero a veces es tan cruel como la ironía. La "salida" andaluza es incontrolable; cuando quieres darte cuenta ya has dicho -o pintado- una irónica barbaridad. No obstante, el pintor tiene a su favor la reflexión de la pincelada.
Y hablando de pinceladas, digamos aquí de otra manera lo que escribimos hace cerca de diez años: entre la gama de colores trágicos - trágicos como la voz grave del pintor- siempre me ha atraído misteriosamente el que yo llamo "negro padial". ¿Quién no ha adivinado en el fondo de ese negro el color rojo de su corazón?. Es un misterio con ese fondo que adivino; un negro que jamás vi antes. Esos fondos de Padial me atraen tanto como los rojos, azules, verdes y amarillos de oro viejo que hay en sus cuadros. Nunca quise adivinar el secreto, porque es falta -y grave- preguntar al pintor por sus métodos. He dicho muchas veces, y creo que nunca lo escribí, que Andalucía tiene ocho acentos distintos para una canción verdadera. Mientras no sintamos esto dentro de nosotros, no seremos plenamente andaluces y seguiremos en nuestros respectivos catetódromos, que así se llamaba allá por los años de la primera posguerra a la recién inaugurada estación de autobuses de cierta capital andaluza.
Además, ¿quién es tan tonto que, pudiendo tener en la mano esa única moneda de oro que es Andalucía, se contenta con un ochavo?
Hace dos años, me comentó Enrique Padial: "Al que se le ha aparecido la Virgen ¿qué más le da que no se le aparezca Santa Rita?". Recuerdo sus ojos asombrados, interrogantes, su voz de viejo "cantaor" y sus brazos abiertos, terminados en pinza, como si se dispusiera a ponerle un par de banderillas al Lucero del Alba.
Dejemos, pues que Santa Rita se pasee con su espina en la frente por encima de la cómoda de nuestra abuela y pensemos en esa casa luminosa y grande que es Andalucía. Una casa llena de soledades, de soleares, y reflejando en sus techos las reverberaciones de dos mares: el de la Bética y ese otro que ahora llaman del V Centenario.
Yo, en esta noche de veintiocho de Febrero, quiero unir el nombre de Andalucía con el de nuestro amigo Enrique Padial. Y quiero unirlos en estas
DOS MEDIAS GRANAINAS PARA ENRIQUE PADIAL