EL ARTE SIN CONCESIONES DE ENRIQUE PADIAL
por KARL ALBERT BRESSON
"Los irreconciliables caminos del Arte, siempre llenos de sorpresas y, a veces, de vaguedad y monotonía, me han llevado a inmiscuirme en los campos de lo insólito, hipersensibilizando mis diversos estados anímicos hasta el punto de sentirme arrastrado por esa riada de ansiedades que potencialmente todos llevamos en el alma.
En mi ya viejo vagar por estos caminos del color, el compromiso estético, la alegría y las formas, me fue dado conocer en acto de servicio la obra pictórica del español ENRIQUE PADIAL. La sorpresa es, en caliente y cuerpo a cuerpo, la consecuencia de efectos inesperados y esto fue lo que sentí al contemplar los lienzos de este granadino que ha sabido -a pesar del conservadurismo tradicional de su tierra andaluza- levantar, a punta de pincel, la máscara de unos personajes, situaciones y formas de vida anquilosadas, que nunca han dejado de darse y prodigarse en cualquier vida anquilosadas rincón de nuestro universo mundo.
Este caminante de soledades y nostalgias que es PADIAL, ha desgarrado su pecho para sacar su caja de Pandora labrada en taracea donde guarda, doloridamente, las esencias y nobleza propias de su recoleta Granada. Ciudad difícil y tortuosa como sus calles, señorial, crítica y elegante como sus gentes y, dolida -¡siempre dolida!- por causa de unos desdenes históricos que parecen no tener fin.
Suele decir PADIAL que "siempre se ama lo que más duele" y, a su pintura hay que amarla sin vacilaciones por mucho que les pese a algunos agoreros, que son siempre, los que vistiendo el hábito de la "clarividencia " tratan de disimular la ceguera de sus espíritus.
Mientras, en su estudio madrileño contemplaba sus cuadros, ENRIQUE PADIAL me hablaba de la riqueza de enebros, mastranzos y yerbaluistas, tomillos y yerbabuenas de su tierra. En su conversación se prodigaba con la vocación botánica del más enfebrecido hechicero. Y yo recordaba aquel paisaje de su Granada que ví por vez primera hace tantos años ya. El bucólico panorama botánico de Sierra Nevada y los colores de su paleta le sirven a PADIAL para adobar una magia que le permite encizañarse con "sus gentecillas", curioso modo de llamar a sus figuraciones.
"Se llenaron de aire mis pulmones
cuando el destino me regaló a la tierra.
España se quebraba en una guerra
ejerciendo sus hombres de taliones.
Para los muertos serán mis oraciones;
deseo al paredón, sólo la hiedra... ""
Así dice PADIAL y, así fue, porque Granada, para que con el tiempo dominara el color inigualable que posée le dio su luz, un 5 de Enero de 1938. Los condicionamientos de aquellos tiempos y los posteriores acaecidos en el mundo, le dejaron la impronta de una herida que no se ha podido cerrar.
Nunca, desde que le conocí a él y a su pintura, pude encontrar la máscara de Enrique PADIAL; incluso, llego a dudar de que la haya usado alguna vez. Es singular este pintor de seres que aman, odian y se impregnan de santa beatitud de paciente ironía, de sarcasmo-, para hacernos sonreír con el más insignificante y picaresco de los gestos.
A PADIAL no se le escapa jamás la agudeza expresiva de las gentes que viven su hora, porque toda su pintura es una realidad tremenda y desgarrada que, por dolorosa e inquietante, no queremos ver y la ignoramos cada día.
Su pintura -digan lo que digan determinados críticos acomodados en sus bibliotecas-, anda lejos de las ensoñaciones de Goya y de los tristes personajes de Solana, porque lo que encuentro en este pintor personalísimo y sincero, hasta el extremo de dejar los monstruos para las imaginaciones de Makovski, Van der Berghe o de Kooning; las sonrisas grotescas para el expresionismo de Francisco Mateos y las máscaras y desgarros viscerales a Ensor, es un manantial de realidades nacidas al amor del color, de la más profunda esencia de vida. Y, aunque Padial posea ensoñaciones de los maestros citados -sin olvidar a. Valdés Leal-, la personalidad de su pintura le lleva a ser él mismo; es decir, un maestro indiscutible, por la absoluta definición de su arte.
Nadie sería capaz de negar que PADIAL es un pintor andaluz por excelencia que no ha dejado, huyendo de los "ismos" a contracorriente, que se le clasifique dentro de algunas de las modalidades al uso, ni que le arrebaten los colores de su Granada natal para poder, con ellos y sin modificar su paleta, pasar de la figuración a unas naturalezas ¿muertas?, no, vivas por vivificadoras, limpias y cromáticas, cuajadas de azules del mar de su cultura.
PADIAL anda a caballo entre ese mar de incalculable e inaudita luz y las supersticiones más preocupantes arraigadas en las entrañas de unas gentes que andan a la espera de su redención mortal. En esa conjunción de inquietudes, está el pintor para pregonar la buena nueva de sus andaduras.
Esta pintura que comentamos es célula elemental de vida, esencia vital llena de humanidad y caridad. Las motivaciones de índole política, social, económica y religiosa dejaron huellas imperecederas en los pueblos y, es con la pintura expresionista con la que nos han quedado unos documentos plásticos que son historia de nosotros mismos.
La pincelada recia, densa, segura, de PADIAL es tan auténtica y está tan desprovista de trampas que nos conmueve con tal de saber mirar su obra desprovistos de complejos. El temperamento ibérico y meridional del pintor se refleja nítidamente en su pintura. Esta incide en el espectador que no sabe mirar, para desasosegarle tal vez para herir/e la posibilidad de continuar con su contemplación. En cambio, los buenos veedores disfrutaran del convite inefable de sus colores, de la picara ironía de sus personajes, de las miradas sabias que nos echan para acabar, el dichoso espectador, dándose una palmada en la frente y, sonriendo, al recordar toda su biografía vital hasta el presente. Usa PADIAL el color, por necesidad y para enmascarar o camuflar el gesto dolorido por mor de una ternura llena de nobleza que embriaga sus sentidos cuando está ante el lienzo. Entonces, es cuando surge el gran pintor que es PADIAL, surge -digo-, el gran pintor de la mascarada humana, patética y desolada para entronizarse como dueño y señor de unos seres -que podemos ser nosotros mismos- a los que, dentro de la crudeza de la vida, él mima y hasta acaricia, para acabar llamándoles por su nombre.
A PADIAL le pregunté, con el ánimo de "jugar a ver por donde me salía", por las cuatro cosas que más le violentan y, sin inmutarse por el interrogatorio, me contestó: "Ver cómo se viste a un santo para la procesión, la mentira, los pobres olvidados por los poderes y la sociedad, las lágrimas de cualquier mujer y la adulación". Y explicaba, como si necesitara explicación, lo que acababa de afirmar: "No olvides que una tía-abuela mía, mi tía Eugenia, fué sacristana de la Virgen de las Angustias de Granada y, en la iglesia, con sólo cuatro años y a hurtadillas, contemplé lleno de curiosidad, el torturador espectáculo de ver a los santos desnudos para ser vestidos antes de la procesión o de las novenas. Por otro lado, la Guerra Civil, a cuya generación pertenezco, dejó las calles preñadas de niños y mujeres llorosos y desvalidos. Aquellos chiquillos helados de frío y casi muertos de hambre, eran niños como yo. Un día quise prestarle a uno mi bicicleta de cuatro ruedas y me regañaron... Odio la mentira y la adulación por el abuso que supone del hombre y de su dignidad y la cobardía que representa. Y en cuanto a las lágrimas de cualquier mujer..., no sé, ¡qué quieres que te diga! si ellas nos paren con dolor por amor, creo que son merecedoras de eterna alegría”.
Yo proclamo mi fe por esta pintura y por este hombre. Tal para cual. Y también, proclamo emocionadamente la trascendencia categórica de su obra, que, por heterodoxa, está traspasada de sinceridad y sentimiento.
Quién quiera contemplar el corazón herido de una España que no acaba de morir, ni de nacer, ni de esperar, que vea estos cuadros para que aprenda a sonreír con ternura y a ver cómo se ejercita la revolución que palie las miserias que afligen a la humanidad. Si a PADIAL le diera por pintar reyes, los pintaría en el umbral del cadalso; si a ricos, en la antesala sudorosa de la muerte pensando en lo que no se pueden llevar y, si a sabios, enloquecidos en la quimera de encontrar la piedra filosofal y la fuente de la vida para que el mundo sea de manera distinta a como siempre se nos vino manifestando.
Lo que pinta PADIAL le importa a los pocos que miran y ven con los ojos de la razón y el alma, por eso el pintor va a contra corriente con todo el dolor del universo encima.